Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
DIARIO DE A BORDO



Comentario

Lunes, 15 de octubre


Había temporejado esta noche con temor de no llegar a tierra a surgir antes de la mañana, por no saber si la costa era limpia de bajas, y en amaneciendo cargar velas. Y como la isla fuese más lejos de cinco leguas, antes será siete, y la marea me detuvo, sería mediodía cuando llegué a la dicha isla, y hallé que aquella haz que es de la parte de la isla de San Salvador se corre Norte Sur y han en ella 5 leguas, y la otra que yo seguí se corría Leste Oueste, y han en ella más de diez leguas. Y como de esta isla vide otra mayor al Oueste, cargué las velas por andar todo aquel día hasta la noche, porque aun no pudiera haber andado al cabo del Oueste, a la cual puse nombre la isla de Santa María de la Concepción. Y casi al poner del Sol surgía acerca del dicho cabo por saber si había allí oro, porque estos que yo había hecho tomar en la Isla de San Salvador me decían que ahí traían manillas de oro muy grandes a las piernas y a los brazos. Yo bien creí que todo lo que decían era burla para se huir. Con todo, mi voluntad era de no pasar por ninguna isla de que no tomase posesión, puesto que, tomado de una, se puede decir de todas. Y surgí e estuve hasta hoy martes que, en amaneciendo, fui a tierra con las barcas armadas, y salí; y ellos, que eran muchos, así desnudos y de la misma condición de la otra isla de San Salvador, nos dejaron ir por la isla y nos daban lo que les pedía. Y porque el viento cargaba a la traviesa Sueste, no me quise detener y partí para la nao, y una almadía grande estaba a bordo de la carabela Niña y uno de los hombres de la Isla de San Salvador, que en ella era, se echó a la mar, y se fue en ella; y la noche de antes, a medio echado el otro y fue atrás la almadía, la cual huyó que jamás fue barca que le pudiese alcanzar, puesto que le teníamos grande; con todo, dio en tierra y dejaron la almadía; y algunos de los de mi compañía salieron en tierra tras ellos, y todos huyeron como gallinas. Y la almadía que habían dejado la llevamos a bordo de la carabela Niña, adonde ya de otro cabo venía otra almadía pequeña con un hombre que venía a rescatar un ovillo de algodón; y se echaron algunos marineros a la mar, porque él no quería entrar en la carabela, y le tomaron. Y yo que estaba a la popa de la nao, que vide todo, envié por él y le di un bonete colorado y unas cuentas de vidrio verdes, pequeñas, que le puse al brazo, y dos cascabeles que le puse a las orejas, y le mandé volver a su almadía, que también tenía en la barca, y le envié a tierra, Y di luego la vela para ir a la otra isla grande que yo veía al Oueste, y mandé largar también la otra almadía que traía la carabela Niña por popa; y vide después en tierra, al tiempo de la llegada del otro a quien yo había dado las cosas susodichas y no le había querido tomar el ovillo de algodón, puesto que me lo quería dar, y todos se llegaron a él, y tenía a gran maravilla, e bien le pareció que éramos buena gente, y que el otro que se había huido nos había hecho algún daño y que por esto lo llevábamos. Y a esta razón usé esto con él, de le mandar alargar, y le di las dichas cosas, porque nos tuviese en estima, porque otra vez cuando Vuestras Altezas aquí tornen a enviar no hagan mala compañía; y todo lo que yo le di no valía cuatro maravedís. Y así partí, que serían las diez horas, con el viento Sueste, y tocaba de sur para pasar a esta otra isla, la cual es grandísima, y adonde todos estos hombres que yo traigo de la de San Salvador hacen señas que hay muy mucho oro, y que lo traen en los brazos en manillas, y a las piernas, y a las orejas, y al nariz y al pescuezo. Y había de esta Isla de Santa María a esta otra nueve leguas Leste Oueste, y se corre toda esta parte de la isla Norueste Sueste. Y se parece que bien habría en esta costa más de veintiocho leguas en esta faz. Y es muy llana, sin montaña ninguna, así como aquella de Sant Salvador y de Santa María, y todas playas sin roquedos, salvo que a todas hay algunas peñas acerca de tierra debajo del agua, por donde es menester abrir el ojo cuando se quiere surgir e no surgir mucho aunque cerca de tierra, las aguas son siempre muy claras y se ve el fondo. Y desviado de tierra dos tiros de lombarda, hay en todas estas islas tanto fondo, que no se puede llegara él. Son estas islas muy verdes y fértiles y de aires muy dulces, y puede haber muchas cosas que yo no sé, porque no me quiero detener por calar y andar muchas islas para hallar oro. Y pues éstas dan así estas señas, que lo traen a los brazos y a las piernas, y es oro, porque les mostré algunos pedazos del que yo tengo, no puedo errar con el ayuda de Nuestro Señor, que yo no le halle adonde nace, Y estando a medio golfo de estas dos islas --es de saber, de aquella de Santa María y de esta grande, a la cual pongo nombre la Fernandina--, hallé un hombre solo en una almadía que se pasaba de la isla de Santa María a la Fernandina, y traía un poco de su pan, que sería tanto como el puño y una calabaza de agua y un pedazo de tierra bermeja hecha en polvo y después amasada, y unas hojas secas que debe ser cosa muy apreciada entre ellos, porque ya me trajeron en San Salvador de ellas en presente; y traía un cestillo a su guisa en que tenía un ramalejo de cuentecillas de vidrio y dos blancas, por las cuales conocí que él venía de la isla de San Salvador, y habí(a) pasado a aquella de Santa María y se pasaba a la Fernandina; el cual se llegó a la nao; yo le hice entrar que así lo demandaba él, y le hize poner su almadía en la nao y guardar todo lo que él traía; y le mandé dar de comer pan y miel y de beber. Y así le pasaré a la Fernandina y le daré todo lo suyo, porque dé buenas nuevas de nos, por (que) a Nuestro Señor aplaciendo, cuando Vuestras Altezas envíen acá, que aquellos que vinieren reciban honra y nos den de todo lo que hubiere."





Martes, 16 de octubre



"Partí de las islas de Santa María de Concepción, que sería ya cerca de medio día, para la isla Fernandina, la cual muestra ser grandísima al Oueste, y navegué todo aquel día con calmeria. No pude llegar a tiempo de poder ver el fondo para surgir en limpio, porque es en esto mucho de haber gran diligencia por no perder las anclas; y así temporicé toda esta noche hasta el día, que vine a una población, adonde yo surgí y adonde había venido aquel hombre que yo hallé ayer en aquella almadía a medio golfo, el cual había dado tantas buenas nuevas de nos, que toda esta noche no faltó almadías a bordo de la nao, que nos traían agua y de lo que tenían. Yo a cada uno le mandaba dar algo, es a saber, algunas cuentecillas, diez o doce de ellas de vidrio en un filo, y algunas sonajas de latón de estas que valen en Castilla un maravedí cada una, y algunas agujetas, de que todo tenían en grandísima excelencia, y también les mandaba dar, para que comiesen cuando venían en la nao, y miel de azúcar. Y después, a horas de tercia, envié el batel de la nao en tierra por agua; y ellos de muy buena gana le enseñaban a mi gente adónde estaba el agua, y ellos mismos traían los barriles llenos al batel y se holgaban mucho de nos hacer placer. Esta isla es grandísima y tengo determinado de la rodear, porque según puedo entender, en ella o acerca de ella hay mina de oro. Esta isla está desviada de la de Santa Maria ocho leguas casi Leste Oueste; y este cabo adonde yo vine y toda esta costa se corre Norueste y Sur sudueste, y vide bien veinte leguas de ella, más ahí no acababa. Ahora, escribiendo esto, di la vela con el viento Sur para pasar a rodear toda la isla y trabajar hasta que halle Samaet, que es la isla o ciudad adonde es el oro, que así lo dicen todos estos que aquí vienen en la nao, y nos lo decían los de la isla de San Salvador y de Santa María. Esta gente es semejante a aquellas de las dichas islas, y una habla y unas costumbres, salvo que éstos ya me parecen algún tanto más doméstica gente y de trato y más sutiles, porque veo que han traído algodón aquí a la nao y otras cositas, que saben mejor refetar el pagamento que no hacían los otros, Y aun en esta isla vide paños de algodón hechos como mantillos, y la gente más dispuesta, y las mujeres traen por delante su cuerpo una cosita de algodón que escasamente les cobija su natural. Ella es isla muy verde y llana y fertilísima, y no pongo duda que todo el año siembran panizo y cogen, y así todas otras cosas. Y vide muchos árboles muy diferentes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían los ramos de muchas y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro de otra; y tan disforme, que es la mayor maravilla del mundo cuánta es la diversidad de la una manera a la otra. Verbigracia: un ramo tenía las hojas de manera de cañas, y otro de manera de lentisco, y así en un solo árbol de cinco a seis de estas maneras, y todos tan diversos ni éstos son inferidos, porque se pueda decir que el injerto lo hace; antes son por los montes, ni cura dellos esta gente. No le conozco secta ninguna, y creo que muy presto se tornarían cristianos, porque ellos son de muy buen entender. Aquí son los peces tan disformes de los nuestros, que es maravilla. Hay algunos hechos como gallos, de los más finos colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todos colores, y otros pintados de mil maneras, y las colores son tan finas, que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos; también hay ballenas. Bestias en tierra no vide ninguna de ninguna manera, salvo papagayos y lagartos. Un mozo me dijo que vio una gran culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vide aunque yo he estado aquí muy poco, que es medio día; mas si las hubiese, no pudiera errar de ver alguna. El cerco de esta isla escribiré después que yo la hubiere rodeado."





Miércoles, 17 de octubre



"A mediodía partí de la población adonde yo estaba surgidio y adonde tomé agua para ir a rodear esta isla Fernandina, y el viento era Sudueste y Sur. Y como mi voluntad fuese de seguir esta costa de esta isla adonde yo estaba al Sueste, porque así se corre toda Nornorueste y Sursueste, y quería llevar el dicho camino de Sur y Sueste, porque aquella parte todos estos indios que traigo y otro de quien hube señas en esta parte del Sur a la isla a que ellos llaman Samaet, a donde es el oro, y Martín Alonso Pinzón, capitán de la carabela Pinta, en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mí y me dijo que uno de ellos muy certificadamente le había dado a entender que por la parte del Nornorueste muy más presto arrodearía la isla. Yo vi que el viento no me ayudaba por el camino que yo quería llevar, y era bueno por el otro; di la vela al Nornorueste, y cuando fue a cerca del cabo de la isla, a dos leguas, hallé un muy maravilloso puerto con una boca, aunque dos bocas se le puede decir, porque tiene un isleo en medio y son ambas muy angostas y dentro muy ancho para cien navíos si fuera hondo y limpio y hondo a la entrada. Parecióme razón de lo ver bien y sondear, y así surgí fuera dél y fui en él con todas las barcas de los navíos y vimos que no había fondo, Y porque pensé cuando yo le vi que era boca de algún río, había mandado llevar barriles para tomar agua, y en tierra hallé unos ocho o diez hombres que luego vinieron a nos y nos mostraron muy cerca la población, adonde yo envié la gente por agua, parte con armas, otras con barriles; y así la tomaron. Y porque era lejuelos me detuve por espacio de dos horas. En este tiempo anduve así por aquellos árboles, que eran la cosa más hermosa de ver que otra que se haya visto, viendo tanta verdura en tanto grado como en el mes de mayo en el Andalucía, y los árboles todos están tan disformes de los nuestros como el día de la noche; y así las frutas y así las hierbas y las piedras y todas las naturalezas de otros que hay en Castilla; por ende había muy grande diferencia, y los otros árboles de otras maneras eran tantos que no hay persona que lo pueda decir ni asemejar a otros de Castilla. La gente toda era una con los otros ya dichos, de las mismas condiciones y así desnudos y de la misma estatura, y daban de lo que tenían por cualquier cosa que les diesen; y aquí vi que unos mozos de los navíos les trocaron azagayas (por) unos pedazuelos de escudillas rotas y de vidrio, y los otros que fueron por el agua me dijeron cómo habían estado en sus casas, y que eran de dentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos, de cosas que son como redes de algodón; ellas, las casas, son todas a manera de alfaneques y muy altas y buenas chimeneas, mas no vide entre muchas poblaciones que yo vide ninguna que pasase de doce hasta quince casas. Aquí hallaron que las mujeres casadas traían bragas de algodón, las mozas no, sino salvo algunas que eran ya de edad de diez y ocho años. Y ahí había perros mastines y branchetes, y ahí hallaron uno que había al nariz un pedazo de oro que sería la mitad de un castellano, en el cual vieron letras. Reñí yo de ellos porque no se lo rescataron y dieron cuanto pedía, por ver qué era y cuya esta moneda era, y ellos me respondieron que nunca se lo osó rescatar Después de tomada el agua, volví a la nao, y di la vela y salí al Norueste, tanto que yo descubrí toda aquella parte de la isla hasta la costa que se corre Leste Oueste, y después todos estos indios tornaron a decir que esta isla era mas pequeña que no la isla Samaet y que sería bien volver atrás por ser en ellas más presto. El viento allí luego nos calmó y comenzó a ventar Ouesnorueste, el cual era contrario para donde habíamos venido, y así tomé la vuelta y navegué toda esta noche pasada al Leste Sueste, y cuándo al Leste todo, cuándo al Sueste, y esto para apartarme de la tierra, porque hacía muy gran cerrazón y el tiempo muy cargado; el era poco y no me dejó llegar a tierra a surgir. Así que esta noche llovió muy fuerte después de media noche hasta casi el día, y aún está nublado para llover, y nos, al cabo de la isla de la parte de Sueste, adonde espero surgir hasta que aclarezca, para ver las otras islas adonde tengo de ir Y así todos estos días, después que en estas Indias estoy, ha llovido poco o mucho. Crean Vuestras Mercedes Altezas que es esta tierra la mejor y más fértil y temperada y llana y buena que halla en el mundo."





Jueves, 18 de octubre



Después que aclareció seguí el viento, y fui en derredor de la isla cuanto pude, y surgí al tiempo que ya no era de navegar, mas no fui en tierra, y en amaneciendo di la vela.

Viernes, 19 de octubre

En amaneciendo levanté las anclas y envié la carabela Pinta al Leste y Sueste, y la carabela Niña al Sursueste, y yo con la nao fui al Sueste, y dado orden que llevasen aquella vuelta hasta mediodía, y después que ambas se mudasen las derrotas, y se recogieran para mí. Y luego, antes que andásemos tres horas, vimos una isla al Leste sobre la cual descargamos. Y llegamos a ella todos tres los navíos antes de mediodía a la punta del Norte, adonde hace un isleo y una restringa de piedra fuera de él al Norte, y otro entre él y la isla grande, la cual nombraron estos hombres de San Salvador que yo traigo la isla Saomete, a la cual puse nombre la Islabela. El viento era Norte, y quedaba el dicho isleo en derrota de la isla Fernandina, de adonde yo había partido Leste Oueste, y se corría después la costa desde el isleo al Oueste, y había en ella doce leguas hasta un cabo, y aquí yo llamé el Cabo Hermoso que es de la parte del Oueste. Y así es hermoso, redondo y muy hondo, sin bajas fuera de él, y al comienzo es de piedra y bajo y más adentro es playa de arena como casi la dicha costa es. Y ahí surgí esta noche viernes hasta la mañana. Esta costa toda y la parte de la isla que yo vi, es toda casi playa, y la isla, la más hermosa cosa que yo vi, que si las otras son muy hermosas, ésta es más. Es de muchos árboles y muy verdes y muy grandes, y esta tierra es más alta que las otras islas halladas, y en ella algún altillo, no que se te pueda llamar montaña, más cosa que hermosea lo otro, y parece de muchas aguas. Allá, al medio de la isla, de esta parte al Nordeste hace una grande angla, y ha muchos arboledos y muy espesos y muy grandes. Yo quise ir a surgir en ella para salir a tierra y ver tanta hermosura, mas era el fondo bajo y no podía surgir salvo largo de tierra, y el viento era muy bueno para venir a este cabo, adonde yo surgí ahora, al cal puse nombre Cabo Hermoso, porque así lo es. Y así no surgí en aquella angla, y aún porque vi este cabo de allá tan verde y tan hermoso, así como todas las otras cosas y tierras de estas islas que yo no sé adónde me vaya primero, ni me sé cansar los ojos de ver tan hermosas verduras y tan diversas de las nuestras, y aún creo que ha en ellas muchas hierbas y muchos árboles que valen mucho en España para tinturas y para medicinas de especiería, mas yo no los conozco, de que llevo grande pena. Y llegando yo aquí a este cabo, vino el olor tan bueno y suave de flores o árboles de la tierra, que era la cosa más dulce del mundo. De mañana, antes que yo de aquí vaya, iré en tierra a ver qué es; aquí en el cabo no es la población salvo allá más adentro, adonde dicen estos hombres que yo traigo, que está el rey y que trae mucho oro. Y yo de mañana quiero ir tanto avante que halle la población y vea o haya lengua con este rey que, según éstos, dan las señas, él señorea todas estas islas comarcanas, y va vestido y trae sobre sí mucho oro, aunque no doy mucha fe a sus decires, así por no les entender yo bien, como en conocer que ellos son tan pobres de oro que cualquiera poco que este rey traiga los parece a ellos mucho. Este, al que yo digo Cabo Hermoso, creo que es isla apartada de Saometo y aún hay ya otra entremedias pequeña. Yo no curo así de ver tanto por menudo, porque no lo podría hacer en cincuenta años, porque quiero ver y descubrir lo más que yo pudiere para volver a Vuestras Altezas, a Nuestro Señor aplaciendo, en abril. Verdad es que, hallando adonde haya oro o especiería en cantidad, me detendré hasta que yo hayan de ello cuanto pudiere; y por esto no hago sino andar para verde topar en ello".





Sábado, 20 de octubre



"Hoy, al Sol salido, levanté las anclas de donde yo estaba con la nao surgido en esta isla de Saometo al cabo del Sudueste, adonde yo puse nombre el Cabo de la Laguna, y a la Isla la Isabela, para navegar al Nordeste y al Leste de la parte del Sueste y Sur, adonde entendí de estos hombres que yo traigo que era la población y el rey de ella. Y hallé todo tan bajo el fondo, que no pude entrar ni navegar a ella, y vide que siguiendo el camino del Sudueste era muy gran rodeo; y por esto determiné de me volver por el camino que yo había traído de Nornordeste de la parte del Oueste, y rodear esta isla para ahí. Y el viento me fue tan escaso, que yo no nunca pude haber la tierra al largo de la costa, salvo en la noche. Y, porque es peligro surgir en estas islas, salvo en el día que se vea con el ojo adónde se echa el ancla, porque es todo manchas, una de limpio y otra de non, yo me puse a temporejar a la vela toda esta noche del domingo. Las carabelas surgieron porque (se) hallaron en tierra temprano y pensaron que a sus señas, que eran acostumbradas de hacer, iría a surgir, mas no quise."





Domingo, 21 de octubre



"A las diez horas llegué aquí, a este cabo del isleo y surgí, y asimismo las carabelas. Y después de haber comido fui en tierra, adonde aquí no había otra población que una casa, en la cual no hallé a nadie, que creo que con temor se habían huido, porque en ella estaban todos sus aderezos de casa. Yo no le dejé tocar nada, salvo que me salí con estos capitanes y gente a ver la isla, que si las otras ya vistas son muy hermosas y verdes y fértiles, ésta es mucho más y de grandes arboledas y muy verdes. Aquí es unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arboleado en maravilla, y aquí y en toda la isla son todos verdes y las hierbas como en el abril en el Andalucía; y el cantar de los pajaritos, que parece que el hombre nunca se querría partir de aquí, y las manadas de los papagayos que oscurecen el sol; y aves y pajaritos de tantas maneras y tan diversas de las nuestras, que es maravilla. Y después hay árboles de mil maneras y todos dan de su manera fruto, y todos huelen que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los conocer porque soy bien cierto que todos son cosa de valía y de ellos traigo la demuestra, y asimismo de las hierbas. Andando así en cerco de una de estas lagunas, vi una sierpe, la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la laguna, nos le seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lanzas la matamos; es de siete palmos en largo; creo que de estas semejantes hay aquí en estas lagunas muchas. Aquí conocí del lignaloe y mañana he determinado de hacer traer a la nao diez quintales, porque me dicen que vale mucho. También andando en busca de muy buena agua, fuimos a una población aquí cerca, adonde estoy surto media legua, y la gente de ella, como nos sintieron, dieron todos a huir y dejaron las cosas y escondieron su ropa y lo que tenían por el monte. Yo no dejé tomar nada, ni la valía de un alfiler. Después se llegaron a nos unos hombres de ellos, y uno se llegó aquí. Yo di unos cascabeles y unas cuentecillas de vidrio y quedo muy contento y muy alegre; y porque la amistad creciese más y los requiriese algo, le hice pedir agua, y ellos, después que fui en la nao, vinieron luego a la playa con sus calabazas llenas y holgaron mucho de dárnosla. Y yo les mandé dar otro ramalejo de cuentecillas de vidrio, y dijeron que mañana vendrían acá. Yo quería henchir aquí toda la vasija de los navíos de agua; por ende, si el tiempo me da lugar, luego me partiré a rodear esta isla hasta que yo haya lengua con este rey y ver si puedo haber del oro que oigo que trae, y después partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba, en la cual dicen que hay naos y mareantes muchos y muy grandes, y desta isla hay otra que llaman Bohio, que también dicen que es muy grande. Y a las otras que son entremedio veré así de pasada, y según yo hallare recaudo de oro o especería determinaré lo que he de hacer Mas todavía tengo determinado de ir a la tierra firme y a la ciudad de Quisay, y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella."